sábado, 3 de julio de 2010

Amanece en Socasón


Son la nueve de la mañana y me despierta una inusitada claridad que entra por la puerta del dormitorio; sorprendido me levanto y al asomarme me doy cuenta que el cuartito de baño tiene una claraboya por la que entra un radiante sol de julio. ¡Que sorpresa! Se ve la montaña de enfrente del Socasón, la casita en donde me alojo en Cazo, que es propiedad de Dª Lucina Alonso.
Bajo al salón y abro una de las ventanas y me inundan sonidos de gallos, variedad de pájaros y el sordo murmullo de un invisible río que surca las laderas en donde está enclavada la aldea de Cazo, 27 habitantes en invierno. Al fondo de este paisaje se ven casas en la falda de la sierra, son las aldeas de Tribierto, la más cercana y Priesca más alejada, iluminadas con un contraluz matutino. Da gusto levantarse en este lugar, rodeado de altas montañas de un verde lujurioso.
Al mediodía y recién llegado, tengo la nevera vacía, así que me bajo los dos kilómetros que hay hasta Sellaño y como en Casa de los Hermanos Pilar, un abundante menú. Tengo que ir a Cangas a por el papeo. A Cazo vienen todos los días dos furgonetas con el pan, el periódico, otra con alimentación menor; los jueves viene el furgón que hasta congelados trae. Son los buhoneros modernos.

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